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Presentación del libro

Ricardo Martínez, a 100 años de su nacimiento

en el marco de la exposición

Ricardo Martínez y la figura humana

Casa del Conde de Súchil, Durango

Miriam Kaiser

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A veces se pregunta uno ¿es importante conocer la vida del otro?, ¿del vecino, de un tío, de tus padres, de algún compositor que nos gusta, de un artista? ¿Es una “moda” enterarte de lo que hay detrás, adentro de la vida de alguien? ¿Se han preguntado por qué sucede esto? ¿Le da o le suma algo a lo que sí conocemos que es, por ejemplo, la obra que ha realizado durante toda su vida, llámese Ludwig van Beethoven, Federico Gamboa, Alfonso Caso, Frida Kahlo, los originales moradores de este único y esplendoroso espacio, o los abuelos de cada quién? ¿Va a cambiar mi percepción sobre la persona al conocer sus obras o realizaciones, si sé o conozco más sobre ellos?

Es una pregunta que me he hecho a lo largo de mi vida y, sin entrar en mayores detalles, puedo decir que sí, que me encanta saber sobre quién fue cierta persona, y si comienzo a enterarme sobre ella, busco más y más información… Es decir, la o las biografías que se escriben constantemente sobre determinada persona, responden por lo regular a una profunda investigación. Y esa investigación –que puede llevar años– nos ayuda a conocer más a fondo “la vida y milagros”, como vulgarmente se dice, sobre la o las personas que nos interesan. Y también, por qué no, esa nueva biografía viene a añadir una serie de aspectos que no se habían analizado, que ofrecen mayor información, o si se trata de un artista plástico, se encontraron más obras de las que no se tenía noticia, y por lo tanto no se habían mencionado en biografías anteriores. ¿Todo esto añade que nos guste, que nos interese más la obra en cuestión? Esto no lo sé, pues si ya le tengo apego, por ejemplo, a la música de Mozart, me encanta, no es que me vaya a gustar más la sinfonía o la ópera tal o cual, pero sí me enteraré de cómo la creó, en qué estaba pensando, qué sucedía a su derredor, en la sociedad de la ciudad en que vivía, si en ese momento se había enamorado, y escribía cierta obra y por ello el estilo es “algo” distinto. Sí. Confieso que mis libreros están llenos de biografías –sobre muchos y muy variados artistas.

Lo mismo sucede con los científicos… con todo tipo de personalidades. Sabemos cómo y quién era Madame Marie Curie, dos veces premio Nobel. Sabemos todo lo que tuvo que luchar para llegar a donde llegó. Y no quiero llenarles la noche con ejemplos: pero sí que hay mucha información sobre personajes que nos han dejado un mundo mejor.

Por todo ello, me gustaría comentarles quién fue –es– Ricardo Martínez, pues se trata de un artista a quien le han dedicado numerosos estudios, diferentes puntos de vista, distintos enfoques; un hombre que indudablemente incidió en el mundo del arte mexicano, principalmente en la segunda mitad del siglo XX y ha dejado honda huella, gracias a su quehacer artístico. Por todo ello, y mucho más, se ha trabajado en el libro que hoy ponemos a consideración de ustedes, que se publicó para conmemorar los 100 años de su nacimiento.

Ricardo Martínez nació en la ciudad de México. Fue miembro de una familia numerosa: 16 hijos. Murieron 3. Ricardo era el número 13. Y seguramente había una veta artística que permeaba entre los hijos, pues hubo un actor, dos arquitectos, un ingeniero y dos artistas, uno de los cuales, Oliverio, dedicado principalmente a la escultura, falleció a temprana edad, no sin antes dejar un buen acervo escultórico; además, se puede decir que este hermano fue clave en la formación artística de Ricardo, pues Oliverio fue convocado a realizar el conjunto de esculturas monumentales que se encuentran en las cuatro esquinas del Monumento a la Revolución de la Ciudad de México, rodeando la cúpula, y se sabe que Ricardo –muy jovencito– estuvo presente y trabajando con su hermano en ellas, por gusto, por su interés en el arte.

Ricardo gustaba de dibujar; fue algo que comenzó desde niño… pero cursó la preparatoria y entró a estudiar leyes; sin embargo, pronto se dio cuenta que lo suyo era el arte. Se inscribió en la Escuela de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, pero pronto la abandonó, y hoy se puede decir que Ricardo es autodidacta, aunque se hizo de grandes amigos entre sus compañeros pintores con los que salía al campo a pintar. Recordemos que era la época de la identidad nacional, del nacionalismo que era parte casi indispensable tanto en la literatura, la música, las artes plásticas… en todas las representaciones artísticas. México estaba tratando de encontrar su ubicación social, política y económica tras la Revolución de 1910. En el arte –las artes en general– sucedía lo mismo. Había una especie de despertar de los artistas, y muchos de ellos estaban en la ruta de exaltar ese nacionalismo: el Dr. Atl, Diego Rivera, José Clemente Orozco, Saturnino Herrán, David Alfaro Siqueiros… Y su tema era, principalmente, el campo mexicano; el paisaje, los campesinos, los trabajadores, los animales…

Por unos años, Ricardo Martínez se dedicó justamente a esos temas, y encontramos un sinfín de maravillosos magueyes, paisajes, campos con o sin cosechas, los animales que rodeaban a la gente; lo que sí nos damos cuenta es que hay un trabajo bastante distinto… sin adherirse a partidos políticos, ni hacer ningún proselitismo a través de sus obras, como se estilaba en ese momento entre algunos de los creadores; era su manera en la representación estética de los motivos que acometía.

Pero, como es natural, su campo de amistades no se constreñía únicamente a los pintores, sino abarcaba también a escritores, poetas, y muchos de ellos le solicitaban que Ricardo les ilustrara sus textos y les hiciera alguna viñeta para la portada. Con esa mano innata de dibujante realizó dibujos bellísimos que fueron incluidos en diversos libros de poesía, novela y ensayo de escritores que hoy son los más importantes en las letras mexicanas, como por ejemplo Juan Rulfo, Alí Chumacero y Rubén Bonifaz Nuño, entre muchos otros.

Llegamos a los años cuarenta del siglo pasado. Los amigos, uno en particular, el artista Federico Cantú, que fue su vecino, lo convence que vaya a ver a la señora Inés Amor, directora de la Galería de Arte Mexicano. De inmediato, sus obras fueron vistas y vendidas en dicha galería, y esto duró alrededor de una década, cuando Ricardo Martínez decide que él va a hacerse cargo de la venta y de la promoción de sus obras, por lo que abandona la galería, quedando sin embargo una buena amistad entre la señora Amor y Ricardo Martínez y sus respectivas familias. El artista buscó sus contactos, principalmente en los Estados Unidos, y comenzó a vender y a mostrar sus obras desde su taller, para galerías de arte en Nueva York, y en varios museos y galerías de arte que se sitúan en varios estados de ese país, como por ejemplo, en Phoenix, Arizona y en Los Ángeles, California.

Sus obras también sufrieron un cambio radical a fines de los años cincuenta, pues dejó a un lado la mayor parte de los temas que siempre trabajaba, y fue dedicándose a la figura humana, a pinturas que muy poco tenían que ver con todo lo anterior. La figura humana comenzó a tratarse con enorme sensualidad; se convirtieron en figuras –yo las llamaría escultóricas–. Muy pocos agrupamientos: se trata de una figura, dos o máximo tres.

Con el tiempo, se convirtió en coleccionista de piezas prehispánicas que le interesaban más por su estética que por cualquier otro tema, ya fuera de carácter ritual, de uso cotidiano o de otra índole. Llegó a reunir aproximadamente 500 piezas de las más diversas culturas. Como estaba rodeado de ellas en su estudio, o porque las veía todo el tiempo o para eso las iba adquiriendo, no es casual que encontremos gran similitud entre algunas de estas piezas prehispánicas y sus obras. Éstas contienen el volumen, la fuerza, el estoicismo de una pieza olmeca, o de una máscara de Guerrero, o teotihuacana, si las observamos con cuidado.

Pero algo que las caracteriza de manera contundente, es lo humano que vemos en ellas. Y las que he seleccionado para esta muestra lo denotan a cabalidad. Nos hablan de mitos, de Eros, de relaciones humanas: de manera primordial, del amor: amor entre parejas, amor maternal, amor a la naturaleza.

En las obras de la última etapa de Ricardo Martínez seleccionadas, nos percatamos que contienen los ingredientes que aparecían de distintas maneras en sus obras anteriores; es, por lo tanto, una especie de síntesis de “lo aprendido” o de lo realizado anteriormente, pues en ellas va apareciendo ese sentido del volumen, del dibujo, del o de los colores; cómo los va matizando, diluyendo, o esfumando según la obra que se trate, cómo va manejando siempre un halo de luz que complementa la pintura de manera total. Cómo es que ya no le interesa mayormente un realismo o naturalismo, sino que, a base de algunas cuantas líneas nos proporciona los detalles que él desea que veamos como, por ejemplo, los ojos, la boca, los dedos de las manos. Ya no siente la necesidad de pintar todo ello sino sólo insinuarlo, y deja que el que observe sea el que “termine” los detalles de la pintura. A esa búsqueda de enaltecer la figura humana se ha dedicado Ricardo Martínez en todos estos años, hasta su muerte. Siempre buscando otra posición de la figura, siempre buscando otra gama de colores, tanto de los fondos de la obra, como de la figura misma. A lo largo de todos estos años, de varias exposiciones importantes en los museos, como en el Palacio de Bellas Artes, he oído decir: “ah, es que todas las obras se parecen, son la misma”. Y eso, a mi modo de ver, no es verdad. Sí he entendido que el Maestro entró en una búsqueda muy específica, y fue la de extraer de la figura la mayor cantidad de misterio que puede proporcionar. A eso se dedicó: a buscar el misterio que emana de una, dos o varias figuras; en que se exalta el cuerpo, se exalta a la familia, a la relación íntima entre dos personas, entre la madre y su hijo o hija, por comentar con ustedes algunos de los misterios, pues hay más incógnitas… como la importancia de un halo de luz que surge, recorre y resalta ciertas partes del cuerpo.

Más adelante, vendría la sección dedicada a “La producción plástica de 1980 a 2009”, de María Fernanda Matos Moctezuma. Este texto viene a complementar el de Aurora Avilés. En su escrito, cita unas palabras pronunciadas en una entrevista que le hicieron a Ricardo Martínez cuando le preguntaban por su vida personal, y él sólo contestó como Balthus: “vean los cuadros”. Durante su trayectoria artística, que constó ¡sólo de 70 años!, tuvo la fortuna de presenciar muchos acontecimientos políticos y culturales, no sólo en México sino en el resto del mundo, así como las grandes transformaciones a todos niveles. Su obra no fue la excepción de cambios de profundidad en cuanto a temáticas, a simbolismos, a la coloración, al espacio en sus obras, al sentido emocional… La autora también analiza el erotismo en el cuerpo humano y la mirada de sus personajes, y por último, de la interacción entre éstos. La escritora saca a flote la influencia que tuvo sobre sus cuadros, específicamente de Velázquez, Goya, Greco, Zurbarán, Picasso, la sensualidad de los venecianos, de Moore… Para acompañar esta etapa estilística, hay una sección con la reproducción de sus pinturas.

Pero para llegar a esa síntesis, tuvieron que pasar años de trabajo, de trabajar en distintos estilos: paisajes, animales, figuras humanas… hasta que llegó a encontrar la que sería su propia voz… su nueva y última búsqueda… y seguir sobre esa ruta una y otra vez.

Estoy de acuerdo con otras personas cuando dicen que se sirvió de su conocimiento y observación de los objetos prehispánicos que lo rodeaban en su estudio –o que miraba en los museos de antropología–, para llegar a esa síntesis que, en muchas máscaras en piedra –por ejemplo– se observa: en el tratamiento de resolver los ojos, o su carencia de cabello, por mencionar alguno de los rasgos que descubrió para incluirlos en sus obras. Con perdón de los arqueólogos, Ricardo Martínez, como muchos otros artistas contemporáneos, observaba los objetos prehispánicos desde el punto de vista de la estética exclusivamente (me atrevo a decir). Sí conocía a qué cultura pertenecía y a qué época: sin embargo, lo bello de las piezas fue lo que lo convirtió en coleccionista de objetos prehispánicos, que por cierto, pronto estarán a la vista de manera permanente en alguno de los museos…

Pues ya les platiqué acerca de las obras del maestro, su desarrollo, su larga vida como artista, sus gustos y experimentaciones…

Ahora me voy a permitir mencionar algo sobre la persona que fue Ricardo Martínez.

Fue un artista que se dedicó de lleno a su creatividad, al arte. Nunca dio clases; bueno, se le conoce una sola alumna, la pintora Lucinda Urrusti.

En una época intentó estudiar leyes, pero pronto se dio cuenta que no era su camino.

De joven sí se dedicó a ilustrar libros de sus amigos los escritores, los poetas. Pero ya mayor, también dejó eso a un lado. Nunca hizo litografías o grabados o esculturas. Sólo se dedicó al dibujo, a tinta, a la sanguina, al lápiz. Eso sí lo continuó a lo largo de su vida. Pero, su principal, digamos, dedicación, fue a la pintura. A sus telas. A sus óleos. Cuando llegaba a su estudio algún coleccionista o director de museo, o curador, era él quien mostraba sus obras, sin la ayuda de nadie (y mover las obras de gran tamaño, era toda una proeza). No se exhibían sus obras en ningún lado para venta. Sí había una que otra en museos.

Tenía pocos amigos. Fue un lector profundo. Le gustaba viajar. Fue un padre excepcional. No le gustaban las entrevistas, y cuando finalmente aceptaba una, por supuesto que no aceptaba el uso de la grabadora. Hacía sufrir bastante al que había “osado” pedirle una entrevista. Cuando ya se realizaba, lo agradecía. Era sumamente educado en su trato. Tampoco gustaba para nada de la publicidad. No se le veía en actividades sociales como inauguraciones de exposiciones de otros artistas, pero acudía a ellas entre semana, cuando alguna le llamaba la atención.

Se podría decir que era una persona que lo único que le interesaba era, por un lado, su familia, sus escasos amigos y por el otro, la realización de su arte.

Fue un hombre dedicado en cuerpo y alma a su quehacer artístico durante más de ocho décadas.

En el libro que hoy se presenta a la consideración del público de Durango, se podrán leer varios ensayos que nos proporcionan una hermosa y muy completa biografía del Maestro, a través de los artículos que reseñan diversos aspectos de su quehacer artístico; además, está profusamente ilustrado, justamente con fotografías de obras que realizó en todas sus épocas, tanto los dibujos para ilustración de libros, como sus pinturas. Todo ello se elaboró mediante investigaciones profundas y búsqueda de las obras que en el libro se presentan, y que están en colecciones particulares de muy diversos países, así como en museos y galerías.

Esta pequeña muestra y la presentación del libro, se deben a la generosidad de Fomento Cultural Banamex, quien ofreció las salas de exposiciones temporales de sus tres casas señoriales, así como a la Fundación Ricardo Martínez, y las personas que en ellos trabajan.

Hoy seguimos celebrando el centenario del nacimiento del Maestro Ricardo Martínez.

Muchas gracias.

MIRIAM KAISER

Ciudad de México, agosto de 2019

PRESENTACIÓN

Rina Ortiz

Xalapa
PRESENTACIÓN

María Álvarez

FIL Palacio de Minería
PRESENTACIÓN

María Teresa Favela

FIL Palacio de Minería