Oliverio Martínez
de Hoyos
escultor
1901 -1938
Oliverio Martínez
de Hoyos
escultor
1901 -1938
Oliverio Martínez
de Hoyos
escultor
1901 -1938
Oliverio Martínez
de Hoyos
escultor
1901 - 1938

Oliverio Martínez

1901-1938

“Diríase que su destino estaba estrictamente trazado: venir, dejar su obra y luego desaparecer, irse, pero todo esto muy rápidamente. No tuvo tiempo para más, ni siquiera para gozar su obra, para sentir el éxito. Su aparición fue extraña; pertenece al grupo de los artistas que trabajan solos en su casa, ocultamente, sin contacto con los demás, de los que calladamente y por imposición interior ineludible van dejando una obra.”

Así se expresó de Oliverio Martínez el arquitecto Carlos Obregón Santacilia, responsable de la obra de rescate y construcción del Monumento a la Revolución.
Oliverio Martínez nació en Piedras Negras, Coahuila, el 30 de enero de 1901 y murió el 12 de enero de 1938. En 37 años hizo lo que su destino le marcó.

El hombre

Fue el segundo hijo de una familia de Piedras Negras, Coahuila; su madre era Elena de Hoyos de la Garza de fuerte religiosidad católica y su padre Néstor Martínez Perales, hombre de ideas liberales, era contador de una empresa de ferrocarriles. A lo largo de su matrimonio tuvieron tuvieron dieciséis hijos, de los cuales sobrevivieron trece y adoptaron una más y los formaron con base en los principios de ambos. En 1907 la familia Martínez de Hoyos se trasladó a la Ciudad de México, donde Oliverio estudió la primaria en la escuela Horacio Mann. Ahí, y a lo largo de su vida escolar, mostró gran afición a la aritmética, el álgebra y la geometría.

Estudió la preparatoria entre 1914 y 1919 en la Ciudad de México. Siempre fue considerado un buen hijo hasta que, contraviniendo los deseos de sus padres, abandonó la recién iniciada carrera de medicina, por lo que su madre, contrariada, le sentenció: “no quiero vagos en casa”.

Oliverio partió entonces a trabajar con los hermanos de doña Elena en la representación de Ferrocarriles Nacionales de México en la Ciudad de Nueva York donde, debido a las condiciones de vida insalubres, Oliverio contrajo tuberculosis, aparentemente contagiado por sus compañeros de habitación.

Por esa razón, Oliverio regresó a la Ciudad de México a vivir con la familia, pero su salud ya era precaria; de manera que fue entonces enviado a trabajar con los hermanos de su madre en los aserraderos que éstos tenían en la Sierra de Durango, en un intento por procurarle el lugar óptimo para mejorar de su enfermedad.

Durante los años que convivió con sus hermanos se mostró siempre cariñoso y protector, representando para algunos de ellos un modelo a seguir. Estando separados, entre ellos intercambiaban cartas en las que se contaban sus experiencias. Oliverio les respondía con una letra pequeña, excepcionalmente personal y hermosa, con frases cariñosas y alentadoras, invitándolos a definir su vocacion libremente y mostrándose entusiasmado con las demostraciones de cariño y respeto que los hermanos menores le profesaban.

El intercambio de cartas era profuso y constante, ya que Oliverio recibía cartas de sus hermanos, quienes le pedían consejo o le contaban historias de su vida cotidiana, que contestaba religiosamente. Así, en el año de 1930 le contesta a Enrico, trece años menor, que se encontraba por el momento viviendo en San Antonio, Texas: “me alegra que estés definiendo tu vocación y con ello te vayas convirtiendo en un hombre de provecho y siendo como tú eres, serás de los mejores seres humanos que haya conocido”.

A Ricardo, en ese entonces niño e incipiente dibujante, del que lo separaban nada menos que diecisiete años, contestaba sus cartas con enorme ternura, acompañando el texto con hermosos dibujos para darle un tono festivo. Lo celebraba con carcajadas “por sus apuntes artísticos, sus monos y sus ocurrencias […] por su dedicación al trabajo y al dibujo” y, en sus cartas entre los años 1926 y 1929, lo conminaba “a dedicarse de lleno a lo que le gusta y hace bien, trabaje más y coma menos dulces, aprenda todo lo que tiene que aprender que entonces yo me ocuparé de Ud.”.

En 1929, Oliverio conoció a su vecina Eloína Peláez, de catorce años, y se enamoró de ella con tal intensidad y determinación, que a pesar de la oposición de los padres de ella, se casaron en 1933 y al año siguiente tuvieron a su hija María Elena. De esa época existen amorosas cartas a Eloína: “Me llamo Oliverio Guillermo Martínez; soy de Piedras Negras, Coahuila y tengo 27 años. Me dedico con pasión a la escultura. […] Cuando pienso en tí no quisiera ni que me hablaran.”

El escultor

El encuentro de Oliverio con el arte no se dio sino hasta la edad de veintisiete años, cuando ingresó a la Academia de Bellas Artes. En 1928, al término de su primer año de dos de formación académica, ganó el primer premio en un concurso de escultura que organizaba la misma escuela y su trabajo se expone en el patio de la Academia. En 1930 hizo la estatua del aviador Emilio Carranza, que se encuentra en Saltillo, y la de Emiliano Zapata, en Cuautla. Posteriormente su obra fue de taller hasta 1934, cuando tomó parte en la convocatoria al concurso para la elaboración de los grupos escultóricos del Monumento a la Revolución.

Oliverio Martínez no teorizaba sobre el arte, lo producía. Independiente y libre de influencias, se interesaba por descubrir para sí los secretos del volumen, en atender y aplicar la energía creativa que lo devoraba. Fue determinante en la creación de lo que algunos autores han llamado Escuela Mexicana de Escultura. La escultura de Oliverio Martínez ha sido descrita como una afortunada mezcla de dinamismo, belleza, fuerza y de grandeza extrema, aun cuando la mayor parte de sus esculturas sea de pequeño formato. Contiene los antecedentes escultóricos del México prehispánico, junto a un sentido de modernidad, que en los años treinta se vinculaba sobre todo al tratamiento de temas de justicia social, derivados de los postulados revolucionarios, plasmados para acercar el arte al pueblo, con el mismo sentido didáctico que animó al movimiento muralista.

La carrera de Oliverio duró apenas diez años. Triunfó, entre cuarenta escultores, en el concurso para crear los cuatro grupos del Monumento a la Revolución. La convocatoria al concurso en sus especificaciones versaba: “El monumento, glorificará en abstracto, la obra secular del pueblo y será erigido a la revolución de ayer, de hoy, de mañana y de siempre.”

Al respecto, el arquitecto Obregón Santacilia cuenta: “para mí Oliverio Martínez era completamente desconocido. Tuvimos que buscarlo para comunicarle que había resultado premiado en la primera etapa del concurso junto con Federico Canessi, Fernando Leal y otros escultores y que debería desarrollar su primer boceto y tomar parte en la segunda etapa del concurso. Una vez reunido el jurado, Oliverio fue uno de los dos escogidos para presentar su obra en tamaño natural y ya en la tercera etapa su triunfo fue evidente… Lo que le dio el triunfo fue su compenetración con las líneas arquitectónicas del monumento, de tal manera que podría decirse que no se sabe dónde termina la Arquitectura y dónde empieza la Escultura”.

Continúa Obregón Santacilia “a pesar de la belleza de su propuesta la crítica a la ligera empezó a hablar antes de ver y trató de que no se realizara la obra. Sin embargo Oliverio puede dormir tranquilo; la crítica de aquí en adelante será favorable, el pueblo ha sentido el monumento, lo considera como cosa suya y encuentra en las figuras la representación de sí mismo”. Oliverio había tomado como modelos para los grupos escultóricos a los canteros, maestros de obras, a sus mujeres y a sus hijos.

A pesar de lo poco que se sabe de Oliverio Martínez y de la brevedad de su vida profesional, llama la atención que su presencia estética y su influencia en el medio de la escultura sean tan duraderas y que al final su figura se haya convertido en una lámpara votiva en el mundo escultórico nacional. Una luz tenue pero siempre encendida, que sirvió de guía a las generaciones siguientes.

El final

En diciembre de 1934 se suspendieron los trabajos en el Monumento a la Revolución debido a la llegada al poder de Lázaro Cárdenas y gracias a los opositores del presidente saliente, Plutarco Elías Calles. Seis meses después se reiniciaron, hasta culminar en 1938. Durante este periodo, Oliverio resintió cada vez más el deterioro de su salud. Sus amigos, entre otros, Federico Canessi y Francisco Zúñiga, al ver que recaía lo apoyaban. Angustiado por su fragilidad se dejó convencer por sus suegros, en un acto de sacrificio, de separarse de sus queridas Eloína y María Elena, lo que terminó por quebrantarlo anímicamente, hasta que no pudo ya sostener su trabajo y tampoco su vida.

Sin dinero, con la terrible enfermedad que le impedía incluso subir a donde los canteros estaban terminando las esculturas, escuchando la crítica de personas sin criterio que repetían lo que algunos decían en forma ligera en los periódicos, Oliverio terminó por amargarse. A final de cuentas nunca ha habido una crítica sustentada en su contra y su trabajo fue valorado a destiempo. Abatido se precipitó a su fin. Y se podría decir, como en el caso de Saturnino Herrán: “la llama ha consumido el aceite”.

Arteaga, Agustín y Tibol, Raquel. Fuerza y volumen. El lenguaje escultórico de Oliverio Martínez. México: Museo Nacional de Arte, 1996.

Guzmán Urbiola, Xavier. Oliverio Martínez, 1901-1938. México: Museo Nacional de Arte, Gobierno del Estado de Coahuila, 2012.

Oliverio Martínez de Hoyos

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